
En esos momentos suelo entrar en una suerte de bucle manifestado en la repetición de canciones, películas o lecturas. Siempre lo mismo, como si el resto de producciones artísticas no existieran. Ahora me ocurre con la vieja canción country «Ghost riders in the sky» [Jinetes fantasma en el cielo].
Cuenta como un viejo cowboy se detiene a descansar en un día de viento y, en el horizonte, se le aparece el rebaño infernal al que persiguen sin descanso unos vaqueros fantasmales, sudados y agotados, que le invitan a unirse a ellos si desea salvar su alma. No deja de representar una adaptación de diferentes tradiciones europeas (La caza salvaje de Herne o, en nuestro país, La Santa Compaña) a una cultura que tuvo que inventarse un pasado a base de los retales impuestos de sus colonizadores igual que un amnésico rellena los huecos en su memoria tirando de viejas fotos y el testimonio de sus teóricos seres queridos.
Es una persecución eterna en búsqueda de redención y felicidad parecida a la de mi hámster inagotable. Una entelequia que termina formando prisiones obsesivas en un paradigma no-euclediano (¡me encanta este concepto!) de realidad hiperbólica. La mente juega esas malas pasadas ladinas. Nos coloca en esos laberintos paradójicos de Escher en los que se siente más cómoda mientras gana fuelle camino a la locura.
Citando a un célebre filósofo cinematográfico: «¡Es una cabronada!», Predator.
Me gustaría tener un freno de palanca emocional como los que detenían los ferrocarriles del Viejo Oeste y que el pequeño roedor afgano saliese despedido para estamparse contra la pantalla del ordenador mientras perfora mi hueso frontal igual que un dibujo animado, con esas pequeñas estrellas, también circulares, revoloteando acompañadas de una música aflautada.
Pero, mientras tanto, ahí sigue en su rueda, sin distinguir el día de la noche, igual que un fantasma incapaz tras las yeguas del infierno.
Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una.
Buenas Noches, Nueva Orleans.
Pero, mientras tanto, ahí sigue en su rueda, sin distinguir el día de la noche, igual que un fantasma incapaz tras las yeguas del infierno.
Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una.
Buenas Noches, Nueva Orleans.
Me has pegado en una fibra sensible, Fernando, esta canción es lo más. De las mil versiones fabulosas que hay en internet, aquí te dejo una para enmarcar: la de Lorne Greene, o sea, el papá de Bonanza (te confieso que, hasta hoy, yo ni sabía que este señor cantaba):
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=BAbtX9xpTjY
Y, si te digo la verdad, eso de las vacas a mí me parece una completa ordinariez, así que aplaudo las versiones españolas, que convierten esta canción en un asunto de amores y pecados sin purgar (como corresponde a esa idea de surcar la eternidad). El que mejor cantó esta canción fue José Guardiola, pero en youtube solo he encontrado unas versiones muy actuales, auténticas aberraciones, no aquellas de los años 50 y 60, en que este señor se tomaba en serio lo que cantaba. Para compensarte, te dejo la versión del otro "crack" español que la cantó; aquí tienes a Raphael en estado puro:
https://www.youtube.com/watch?v=iYinoqluR4s
Muchas gracias por el comentario. La verdad es que no conocía las versiones españolas, ¡me pongo con ellas! No para de darme vueltas en la cabeza la canción.
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