que conquista la alcoba,
tras horas de trabajo
físico y radiación,
y aunque sale a la cancha
la oscuridad perfecta
como un muro de plomo
-terco, suave, desnudo-;
el diminuto hámster
en su rueda mental
se opone a la derrota.
Cabalgo sobre el lomo
Cabalgo sobre el lomo
de ese roedor afgano
hacia ninguna parte,
despojado de estrellas,
desgastando el colchón
en onanismo psíquico
de vaquero fantasma
sometido en un lecho
que no le pertenece,
buscando en la impaciencia
la errante amanecida:
se oculta en el depósito
de los sueños en coma
y en las ramas de sauces
que chillan sobre el río
como un ratón de cuerda
suspendido en la noche,
estéril en su prisa
de aguja que no avanza
por la esfera lunar
muerta, impertinente,
preñada de recuerdos.
Fernando López Guisado
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