una tensión antigua de submarino vacío
y ballena varada bajo la lluvia;
salta de un escenario a otro con la certeza
de los impuntuales escarmentados:
allí una planicie de salitre,
allá un parque de niños en la noche cerrada,
luego las avenidas ardientes de agosto en la ciudad.
No me queda salvo un eco que se transmuta en costumbre,
un acúfeno áspero en condicional imperfecto sutura
la oreja al grifo,
la vibración de la nevera,
la bronquitis agonizante del motor del coche.
Debí morir
en la noche del humo,
en el camino donde sorprendió la nieve,
el día que se fugó el gato y el que caí en la cuenta
que podría romper la clave de sol
por no mirar con ternura
de quien barniza un violín que se ha rajado.
o quizá sí que morí y maté un poco
si es que se puede matar igual que se vive a medias.
Así se nutren las pesadillas,
de futuro alternativo,
de la leche inquieta y salada bajo el caparazón de un pasado
huracán del loco que imaginaba
monstruos en las cortinas.
No son caballos de fuego negro sino lápidas sin nombre
donde se reproduce el musgo
a saltos de realidad,
de Universo que sigue
como quien no quiere la cosa.
Sabe a Plástico,
a tabaco húmedo,
a magnolio seco donde regar en vano
y a mujeres invisibles que se cruzan
en las sombras de un pasillo interminable.
FLG
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