Acabo de tener un sueño horrible.
Estaba en un lóbrego caserón y era el invitado
con muchas personas más,
con muchas estancias más
de las intuidas desde fuera;
y sabía que los anfitriones
y criados eran monstruos,
que íbamos a morir de miedo: era el único
que se salvó de una vez anterior
que ni yo recordaba,
que nadie, nadie sabia.
Me refugié en una lujosa sala de tele,
charlaba con un joven camarero hindú;
con ojos muy grandes y blancos en la penumbra,
confesó nuestro destino riendo en cruel lástima
interrumpida por una sirena: llegó el momento.
Entonces los demás se alzaron cual autómatas