Mi abuelo me acaba de impartir una lección magistral sobre la postverdad contemporánea y la sabiduría.
Me llama al teléfono y me pide, si estoy cerca y libre, que vaya a su casa para solucionarle un grave problema. Al irrumpir allí, preocupado, le encuentro en su estado habitual: rodeado de volúmenes de toda clase y grosor como un monje medieval en el scriptorium, su hogar es una extensa y heterogénea biblioteca. Apesadumbrado, se quita las gafas, resopla, me mira.
—Nada, chico, que estoy cayendo... —dice molesto en voz baja mientras junta las palmas de las manos sobre el pecho—. ¡No consigo recordar todos los nombres de las esposas que tuvo Fernando VII, ni mucho menos los años que estuvo casado con ellas antes de que murieran! ¡Terrible! Además es un periodo fascinante porque dio origen al follón de las Guerras Carlistas, que es algo muy complejo y muy bonito... ¡Y no hay manera! No me acuerdo.
Dispersos por la mesa yacen folios repletos por ambas caras con caligrafía fresca de hormiga a boli Bic. Listas de nombres, ministros, fechas, conceptos principales...