Hace demasiado que no actualizo esta bitácora. Podría culpar a muchísimas cosas y no sería justo. En su tiempo, volcaba mi mundo personal en este espacio (también era mi página de escritor) y ahora, salvo pequeñas incursiones en alguna red social, lo guardo para mí. Ni siquiera he mencionado que publiqué un nuevo libro. No he subido ninguna reseña del anterior. Nada demasiado llamativo ni público. Lo suelo atesorar en una libreta Moleskine roja, tamaño cuaderno pequeño y en una agenda diario de vida que, como bien decía una compañera de trabajo el otro día, siempre llevo conmigo a todas partes, siempre apuntando en ella. Dentro de poco cambiará el año y se verá sustituida por otra nueva. Ha dado un buen uso y merece descansar en un puesto de honor en la estantería de la creación literaria.
Imagino que hay muchas maneras de volver. Tampoco es que lo tenga planeado. Quería recordar cómo era esto que con tanta pasión sostuve durante años, que luego fue borrado y nunca volvió a su costumbre de que, cada jueves o martes, apareciera alguna entrada, contra viento y marea.
Es cierto que este dos mil veinte es un año muy extraño entre la pandemia, los confinamientos, las montañas rusas personales y la maravilla del crecimiento de mis hijos, y sumamos publicar nuevo libro en menos de dos semanas casi y de manera completamente inesperada. "Vestido de verde hacia Nunca Jamás", para mi sorpresa, está funcionando por el momento mejor que ninguno de sus predecesores.
Sucesos inesperados en un año inesperado, en el que tanto puede cambiar pero sigo a la espera activa de todo ello.
Por cierto, me he tomado en serio lo de perder peso.
Hace poco, me puse a mirar los juguetes favoritos de mis hijos. Si recordamos aquella saga de películas, Toy Story, me preguntaba cuál de ellos era su "Buddy": ese protagonista y amigo fiel más importante que el resto.